A comienzos de la Edad Media, el creciente poderío territorial y económico de la Iglesia planteó el problema, heredado ya del último período del Imperio Romano, de la posición del poder religioso con respecto al poder político. Desde Pablo de Tarso, las tendencias igualitarias de las primitivas comunidades cristianas habían sido sustituidas
por una concepción conservadora, en cuanto a la estructura social y política establecida. Las teorías de Agustín de Hipona y sus discípulos (agustin
ismo político), proclamaban la necesidad de un Estado cristiano encargado de poner los medios para la salvación de la humanidad, y en el que el poder político, de naturaleza terrenal y corrupta, debería hallarse enteramente sometido a la autoridad religiosa representada por el Papa.
Tras un período de consolidación del poder temporal del papado y de independización de la Iglesia frente al Imperio Bizantino, Carlomagno adoptó una interpretación particular del agustinismo político, según la cual el nuevo emperador debía asumir todo el poder sobre la cristiandad (rex y sacerdos). De hecho, Carlomagno
asumió la tarea evangelizadora de la Iglesia e intervino en los asuntos administrativos y jurídicos de esta, e incluso en las cuestiones referentes al dogma. Durante los siglos siguientes, la Iglesia intentó recuperar su preponderancia política frente a los emperadores carolingios y germánicos.
La creciente feudalización de la organización eclesiástica (retribución de las funciones pastorales mediante la entrega de feudos), originó la reacción de importantes sectores de la Iglesia contra la secularización y pérdida de autonomía del papado y el alto clero. Comenzaba así la "querella de las investiduras", largo enfrentam
iento que concluiría en 112 con el Concordato de Worms, solución de compromiso por medio de la cual la Iglesia conseguía la independencia deseada y el Pontífice consolidaba su poder sobre los obispados. Aunque el conflicto entre los dos poderes -el civil y el religioso- se mantuvo a lo largo de toda la Edad Media (traslado de la sede pontificia de Roma a Avignon (Francia) y cisma de Occidente), el fin de la querella de las investiduras s
upuso el comienzo de una concepción teórica, defensora de la diferenciación entre la sociedad civil y la religiosa, que, unida al posterior desarrollo del naturalismo político y las monarquías autoritarias, terminarían debilitando el ideal unitario del Imperio cristiano.
El período más decadente de la Iglesia durante la Edad
Media comenzó en 1309, cuando Felipe IV de Francia, decidido a terminar con el poder temporal del papado, impuso la elección de un Pontífice francés, Clemente V, y el establecimiento de su sede en Avignon. En 1378 se produjo el cisma de Occidente, como consecuencia de la elección simultánea de dos papas, uno en Roma y otro en Avignon. Tras un período de enfrentamientos y negociaciones, el concili
o de Constanza (1417) puso fin a la crisis con la elección de un Pontífice apoyado por todos, Martín V.
Las armas de la Edad Media |
Durante casi toda la Edad Media, la tecnología de las armas no se diferenció mucho de la utilizada en el mundo antiguo, conservándose variaciones del garrote, el cuchillo, la lanza, el hacha y las flechas. Una novedad importante fue la utilización de la lanza por parte de la caballería pesada. Los caballeros de la Edad Media eran mucho más potentes que cualquier caballería de la antigüedad. Su equivalente más próximo podría haber sido la caballe ría de Alejandro Mag no.
En el siglo X, Europa había sobrepasado al mundo antiguo en casi todos los campos, incluyendo el de las armas. La evolución de los poderosos jinetes dio como resultado innovaciones destinadas a protegerse de este tipo de guerreros. Esto provocó la invención de armas largas que tenían como objetivo desmontar o enganchar a los jinetes.
Los arcos de largo alcance y las ballestas fueron invenciones occidentales, au nque la ballesta ya era conocida en la antigua China.